Un viaje a Londres.
Capítulo 4: Unos Cafés.
Debía admitirlo, le había cambiado el ánimo del cielo a la tierra, mejor
dicho al revés. Y es que el chico de ojos avellanos simplemente era tan
divertido, decía todo lo parecía pensar sacándole más de una sonrisa en
el camino.
—Y en se momento, simplemente tuve que salir
corriendo, no quería ser grosero, pero en serio esa chica era algo
psicópata y te lo digo porque no es la primera vez que trato con una
—rió él un poco nervioso con imágenes mentales de la situación.
—Si
claro, como si tantas chicas te siguieran y tú físico diera para correr
más de 4 kilómetros —bromeó Paulette un tanto en serio mientras sólo
tiraba el comentario al aire con una sonrisa escondida en su sorbo de
café que estaba por terminar.
Nunca había sentido tanta pena de
terminarse un café a pesar de hacerlo de forma muy lenta. No quería
marcharse al menos por ese momento, tanto reírse la había hecho liberar
tensiones y volver a la academia, sin importar la clase siguiente, le
costaría varias explicaciones. Sin embargo no podía evitarlo por
siempre.
Suspiro discretamente.
—¿De verdad no crees que
puedo correr más de un kilómetro? —preguntó con aire de ofendido y risa,
levantándose de su silla frente a la chica para ganarse a su lado.
Paulette no le quitaba los ojos de encima, estaban fijos, desafiantes por parte de ambos. Se hizo un silencio una vez a su lado.
—¿Y bien? —rompió el hielo.
Justin sonrió pícaro.
—Pues mira tú misma —señaló subiéndose la playera mostrando sus marcados abdominales.
Ella
tomó un poco de aire un tanto confundida, no, más bien colorada entre
rabia y vergüenza. Hizo silencio y el chico sonrió burlesco.
—Bien tú ganas, tienes razón —se quejó con un puchero la pelinegra— ¿Feliz?
—Si
eso te enfada, creo que no —respondió con un puchero parecido, quitando
la imagen de un chico rudo con abdominales y de una ternura
desbordante.
Paulette sólo respondió con una sutil sonrisa que
desapareció parcialmente al segundo siguiente. Había terminado su café.
Una pequeña mueca torcida se dibujó en sus labios, realmente no quería
marcharse.
—¿Quieres otro? —preguntó abruptamente el chico
inclinado cerca de su rostro con una sonrisa, tan rápidamente, que
parecía haberle leído el pensamiento a la pelinegra, ya que estaba
segura de no haber mencionado sus pensamientos en voz alta.
No
alcanzó a dar una respuesta, ya que en dos parpadeos en los que
intentaba comprender la pregunta, Justin ya había ido a la barra por
otra taza. Protestar era inútil y tuvo que guardarse su queja en el
bolsillo. El chico era bastante extraño, de eso no había duda, ya que su
primera impresión de él ya estaba completamente cambiada.
—Aquí
tienes —irrumpió en sus pensamientos de nuevo poniendo el café frente a
ella—. Estás callada, antes no parabas de reír ¿pasó algo? Creo que no
estoy haciendo bien mi papel de distractor ¿Acaso esperas que haga un
baile ridículo? —mencionó apresurado algo nervioso, pero con
preocupación en su voz.
—No, no, no, para nada, no te preocupes
—trató de excusarse avergonzada—. No hace falta —rió suavemente por lo
último—. Gracias —susurró tomando el café mirando la taza algo perdida.
— ¿Tienes que marcharte? —preguntó él en un susurro nervioso ante su reacción apagada.
—La
verdad sí, pero no quiero hacerlo —confesó suspirando con pesadez
evitando mirar a Justin directamente, que sonreía ampliamente.
—¿A dónde tienes que ir? —continuó preguntándole a Paulette borrando un poco su notoria sonrisa.
—La academia de música —respondió metiendo su mano a un bolsillo cercano para sacar su horario.
Excelente, se había perdido una clase completa. Y la siguiente empezaba dentro de veinte minutos, era la de improvisación.
—Espera un momento… ¿La academia de música de Londres? —preguntó Justin algo crédulo.
—Ajá —murmuró ella como si fuera normal bebiendo su café.
—Wow,
estoy sorprendido —admitió aún sin creerlo del todo mirándola
directamente— ese día que chocamos te había escuchado cantar, no digo
que lo hicieras mal —se defendió en el acto por la mirada de recelo de
la chica, casi un asesinato en mirada—, sino que no creí que ese fuera
el motivo por el que te encontraras en Londres.
Una leve sonrisa
se asomó en los labios de Paulette, se alegraba por el cumplido, sin
embargo era inevitable volver a pensar en la primera clase y lo mal que
estaba haciendo todo huyendo y saltándose clases sin llevar más de un
día.
—Tengo que irme aunque…no quiero hacerlo —suspiró con pesadez después de una pausa algo insegura.
—Te
acompaño —se ofreció con rapidez—, además creo que no tienes para un
taxi y te has venido caminando —comentó de forma normal Justin—.
Tardaremos menos —se justifico antes de que la pelinegra pudiera
protestar.
—Sólo porque voy atrasada —bufó con enfado infantil.
Ambos rieron saliendo de la cafetería para tomar el taxi.
Hasta
ese momento Paulette no había notado lo lejos que estaba, había
caminado muchas cuadras en lo ensimismada que estaba, lo molesta, lo
frustrada esa sensación que tenía en el estómago en ese momento le
estaba volviendo recordando lo sucedido. Suspiro fuertemente tratando de
sacarlo, pero no sucedió del todo.
—Hemos llegado Señorita —murmuró el taxista sacándola de su ensimismamiento de súbito.
—Gracias —respondió ella abriendo la puerta y mirando a Justin con una leve sonrisa.
—Espera, no esperarás que deje que te vayas así no más —mencionó abriendo su puerta luego de darle el dinero al taxista.
—La verdad si lo esperaba, aunque gracias por todo —mencionó con una sonrisa encaminándose sin despedirse.
El chico caminó a su lado hasta la gran entrada.
—No
me iré sin tu número para volver a tomarnos un café —habló decidido un
poco osco, haciendo a Paulette recordar al Robert y molestarse.
—Pues
de partida podrías pedirlo y no exigirlo ¿no crees? —preguntó con
sarcasmo y molestia en su voz que podían notarse claramente.
—Lo
siento si soné brusco, toma aquí tienes el mío —le entregó un papel en
su mano, besó su frente y antes de que ella protestara se marchó.
Estaba
parcialmente ruborizada, podía sentir el calor en sus mejillas, quería
gritarle algo, pero la verdad es que había sido lo bastante dulce que no
tenía nada que recriminarle, sólo ella misma tenía recriminaciones para
si.
—Bravo, ¿así que por eso te fuiste de clase? Que gran perdida de tiempo. ¡Ah! y de la beca —escuchó tras sus espaldas.
Continuará